Una casa de comida rápida, de fondo reggaetón. La escena encaja en el escenario de cualquier país latinoamericano, el acento detrás de la mesa lo confirma. Adentro es Venezuela, afuera es Argentina. Las bajas temperaturas de Rosario empañan las ventanas que encierran la calidez de sus palabras. Extrañan su clima tropical, se quejan del frío. A pesar de ello, decidieron emigrar a un país que los cobija. Sin arepas y con café procesado, Milagros Marcano y Alexander Astudillo comparten su realidad a siete mil kilómetros de la república que los vio nacer.

Mientras espera que la empleada del reconocido local gastronómico le entregue su pedido, Milagros no tarda en hablar, fiel a su personalidad venezolana: confiada y simpática. El brillo empaña sus ojos al recordar su familia y contar la situación de su país. Toma la bandeja junto a su desayuno e invita a subir al segundo piso. Su “oficina”, bromea la mujer que reside en Rosario hace dos años y preside la comunidad de sus compatriotas en la ciudad.

“Soy muy llorona”, aclara antes de dar inicio a la conversación y contagia su emoción. Sus papás y sus hermanos le hacen frente a la crisis entre Venezuela y Miami. En tanto, ella y su hija decidieron emigrar a Argentina. A pesar de su corta edad, la pequeña aceptó sin sobresaltos la idea de dejar atrás a su familia y amigos. Poco a poco, se fue adaptando e integrando con sus pares rosarinos. Hoy habitan una vida tranquila y diferente, aunque a veces la nostalgia inunde sus días.

El primer tiempo en la ciudad le consultó a su hija si quería regresar a Venezuela y ella contestó: “No, quiero quedarme”. Sin embargo, cuando Juan Guaidó asumió la presidencia interina el pasado 23 de enero, Sofía preguntó: “¿Ya nos podemos volver?”. La ilusión de la niña ante el joven líder opositor se comparte con la de miles, pero todavía resta recorrer un largo camino para que dicho Estado se estabilice. Allí las espera su departamento, hoy vacío y frío.

Milagros viaja a través de su mirada, que traspasa una ventana empañada para llegar a otros horizontes. Muchos más lejano en tiempo y espacio. De acuerdo con su relato, Venezuela atravesó una “explosión social” a finales de la década del 80 cuyo detonante fue el aumento de la gasolina. “En ese momento creíamos que había una crisis terrible, ahorita es una tristeza”, y la situación se repite: el país con el combustible más barato del mundo atraviesa ciclos de tremenda escasez y la hiperinflación llevó a que 93,3 millones de litros tengan el mismo valor que un huevo.

La gasolina es para ellos un “ícono” y desde aquellas últimas décadas del siglo XX los mandatarios sostienen como emblema no aumentar su precio, ya que temen otra eclosión social. “Allá todo el mundo anda en auto, además el transporte no es ni parecido al de aquí”, señala al respecto y en esta misma línea enlaza la realidad de los dos países que auspician de extremos en el continente sudamericano: “Sé que se quejan. Entiendo que de alguna manera han perdido calidad de vida, pero cuando me hablan de aquí yo les digo 'no saben lo que es Venezuela'”.

Ni en sus peores pesadillas Milagros imaginó esté presente en su tierra natal. Ella anticipa que “Argentina es la Venezuela de hace diez años atrás” y ruega que el país que le abrió las puertas no siga en una decadencia política, económica y social. Mientras desea un cambio que se ve interferido por los intereses de Estados Unidos, Rusia y China, la charla se interrumpe con los saludos de otros dos venezolanos que llegan al lugar. Reniegan del frío, bromean con sacar su “artillería pesada” para hacerle frente a las bajas temperaturas e insisten para juntarse en los próximos días. “Cuando escuchas la tonada, te sentís en casa”, dice Alexander, uno de los 3500 jóvenes que emigró desde las tierras de Nicolás Maduro a Rosario.

El silencio reina en la mesa. Respiran y sus gargantas se tensan al ser consultados sobre la posibilidad de regresar a su país en caso de que se estabilice políticamente. Segundos después llegan sus respuestas. “Es una pregunta difícil… creo que en su momento se tomará la decisión. No soy de la que va a salir corriendo porque ya me instalé aquí, siento que sería volver a emigrar”, expresa Milagros y Alexander agrega: “Lo pensaría, pero volvería si habría la oportunidad de ayudar”.

En esta misma línea, el joven se siente frustrado. Cree que entre los desafíos que implica inmigrar se le pasó el tiempo y la vida. A su lado, la mujer con más experiencia se ríe, “pero por Dios”. Alexander considera que le “sigue faltando algo que aún no le ha llegado” a nivel profesional, terreno incierto en Venezuela. Por este motivo, indica que su regreso estaría motivado únicamente para la reconstrucción, camino que le permitiría dejarle a su familia, hijos y hasta nietos un país totalmente distinto.

La crisis también replica en las universidades. A pesar de ello, todavía se puede acceder a la educación pública aunque en un terreno desabastecido. Por otra parte, el ámbito laboral no atraviesa las mismas complicaciones, ya que el éxodo de profesionales también significa oportunidad: el acceso a un trabajo es más sencillo, sin tanta competencia. Ahora el desafío reside en las estrategias de contratación de las empresas que deben buscar personas que se adecuen a un puesto, sin contar con la mano de obra calificada para ello.

La vulnerabilidad de los derechos humanos es moneda corriente. Aún con este escenario, encuentran aspectos positivos en su país: la capacidad de emprender y el arraigo de quien se quedó, que confía que esto es solo un mal momento que se está viviendo y va a pasar. Desde el exilio, Milagros y sus compañeros inmigrantes han empezado a valorar a su país como nunca antes. “Muchas cosas buenas vienen de la crisis. Todo esto es y ha sido un aprendizaje dentro y fuera de Venezuela”, expresa.

A pesar de un clima hostil, Nicolás Maduro cuenta con el apoyo de algunos venezolanos, influenciados por el legado que dejó Hugo Chávez, quien fue como “un respiro para la sociedad”. El ex presidente aplicó el lema “más poder para el pueblo” e hizo sentir parte a cada uno de los ciudadanos a través de su liderazgo carismático. No obstante, las ayudas sociales comenzaron a opacarse por los niveles de corrupción.

Hoy en día es Juan Guaidó una fuente de esperanza para ellos. Una forma más estructurada para salir de la crisis con respaldo internacional, lo que hace más visible su realidad. La polarización que había en el país era tan grande que se reflejó en extremos de sangre, muerte y destrucción. Actualmente, el presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela ha disminuido esta grieta en pos de una unificación ante semejante problemática.

Tras dos horas de conversación, las palabras volvieron a agotarse. Definir "hogar" para ellos no es tarea fácil. "Sentimentalmente estoy con Venezuela, pero Argentina es el país que con su gente, sus mates, sus facturas, sus sonrisas y su idiosincrasia nos abrió las puertas. Por eso, todos los días tenemos que estar agradecidos", expresa Alexander y su mirada no se aleja de la de su compatriota, quien señala para culminar: "Mi corazón está con Venezuela, pero ahorita mi hogar es Argentina".

Comunidad de Venezolanos en Rosario

Milagros considera que hay que ser parte de la solución y no del problema, y no da lugar a las quejas. Por este motivo, al desembarcar en la ciudad se acercó a la Comunidad de Venezolanos y recuerda entre risas que llegó a su presidencia "por aclamación popular". Desde entonces, la agrupación decidió reunir a otros compatriotas que ya estén establecidos formalmente en Rosario para poder ayudar a quienes recién llegaban.

En tanto, Alexander comenta sus primeros acercamientos a la entidad mediante eventos que promovían la integración. Mientras que la comunidad crecía, comenzaron a notar la importancia que tienen las colectividades en Rosario y por ello decidieron tramitar la personalidad jurídica. "Tener la Asociación Civil de Venezolanos en Rosario es el impulso que te invita a trabajar por los venezolanos", ya que para ellos emigrar es comenzar de nuevo.

Nota publicada en rosarionuestro.com

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